. Un día se
lo preguntó y él dijo:
-No. No es
como lo hago yo, es como lo haces tú. Cómo puedes estar en mi mente las
veinticinco horas del día en mi cabeza… Ella le interrumpió y le dijo:
-¿Veinticinco?
No existe esa hora. -Lo dijo con voz burlona porque sabía a lo que se refería.
Se lo había dicho millones de veces pero nunca se cansaba.
-Tonta, que
eres una tontorrona. Solo lo haces para hacerme rabiar. -Él sonrió y prosiguió.
-Que la hora
me la invento yo para poder estar más a tu lado. Por esa sonrisa, que pareces
una ratilla. Ella lo miró con cara de
querer matarlo.
A veces pienso que si con la
mirada se matase, más de uno estaría muerto. Le molestaba mucho que dijera lo
de su labio, ya que su labio de arriba no le gustaba. Porque era bastante fino
y el de abajo era demasiado gordo. Cuando sonreía no se le veía el labio
superior, solo se le veían las encías y los dientes. A ella no le gustaba
aunque se pasara las horas riéndose.
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